sábado, 19 de abril de 2008

SI EL AMOR ES UN REFUGIO...

I love is shelter, I'm gonna walk in the rain (Maria McKee, If love is a red dress (Hang me in rags))

Partamos de la idea de que todos alguna vez en la vida hemos llegado a enamorarnos de algo o de alguien. Cuando uno es niño se enamora de su papá o de su mamá, de sus juguetes, de su perro, de ese pollito que se ganó en una piñata. Ya en la adolescencia, con las hormonas saltarinas, uno se enamora de todos los niños, de todas las niñas, de las profesoras, de las modelos en las vayas de Costeña, del rock & roll, de los billares. En la adultez el amor surge con menos frecuencia, pero uno sigue encontrándolo en la carrera, en el trabajo, en los hijos, en la familia, en los amigos y si tiene suerte en la pareja.

Todos irremediablemente tendemos a enamorarnos.

Por estos días, mi amor está más bien en las cosas pequeñas: en mi mamá que es lo mejor del mundo, en mis hermanos y mi sobrino, en unos contadísimos amigos incondicionales, en los zapatos de marca, en mi carrera, en mi ciudad y en el Jazz. Punto, así de simple. No hay más.

Sin embargo, no puedo evitar tener esa incógnita ¿es o no el amor de pareja una fuente infinita? ¿Cuándo se cierra y se abre ese chorro del que mana ese sentimiento tan esquivo que así como nos dá vida nos mata? y lo más importante ¿en dónde se encuentra, realmente?.

No crean que me he vuelto una persona insencible o tan siquiera apática. Es fe en el amor lo que me sigue moviendo en este mundo. Es la total certeza de que por ahí esta buscándonos, a cada uno de nosotros quién realmente nos amará, tal y como somos, sin querer cambiarnos un pelo, sin querer hacernos mejores o peores, sin esperar nada a cambio, sin importar raza, religión y tan siquiera sexo, sin decirnos qué hacer, sin quitarnos el aire. Ese amor que lo puede todo, que lo dá todo, que lo ve todo hermoso. Ese amor que nos llena hasta las entrañas y nos hace dar gracias todos los días con una sonrisa en los labios.

Tengo la fe necesaria, pero la cordura también. A medida que crecemos nos vamos volviendo mucho más cuidadosos, ya no nos lanzamos a la aventura como cuando teníamos 18 años. Así mismo empezamos a tratar con recelo nuestros sentimientos, a esconderlos mejor, a administrarlos con más cautela, sabemos lo que es ser heridos y no queremos volver a sentirlo.

Pero vivir con miedo no es una opción. Vivir pensando en lo que pasaría si decimos lo que queremos, si expresamos lo que sentimos, en lugar de hacerlo, ¿para qué?, al fin y al cabo solo tenemos una vida y seguramente no saldremos vivos de ella, así que ¿Qué más dá?. Amemos, todos los días, seguramente en uno de esos enamoramientos repentinos encontramos al/la que "es".

viernes, 18 de abril de 2008

HA LUGAR

Hace poco hablaba con una amiga de colegio sobre esa época, sobre nuestros años de adolescencia en donde no sabíamos nada de nada y pero pretndíamos que lo sabíamos todo. Esa época de los primeros amores, de los primeros besos, de los primeros osos, de los amigos eternos, del baile de los que sobran, de odios y enemistades por cualquier cosa; de música ligera, de certidumbre y de duda.

Para mí fue más bien un momento extraño que se alargó por unos cuatro años. Siempre me sentí fuera de lugar. Constantemente tenía desacuerdos con mis compañeros y profesores porque yo simplemente no sentía ese sitio como mío, era distante, alejada, nunca pude hallar mi lugar.

Hoy, ya han pasado unos cuantos años desde esa época. Todo empezó a cambiar desde que estaba en la Universidad. Mis profesores me encantaban, las clases me divertían, me identificaba con mis compañeras, me apasionaba todo lo que tenía que ver con mi carrera, la que hice no solo mi oficio, sino mi forma de vida, me encantaron todos y cada uno de sus días.

Ahora, ya también se van alejando los años universitarios y empiezo a sentirme mucho más en mi lugar, empiezo a apreciar más quien soy, en donde estoy y la gente que me rodea. Empiezo a nadar como pez en el agua por la ciudad, por la vida misma.

Sin embargo, todo esto no ha sido de la noche a la mañana, tuve que aceptar quién fui para saber quién soy y en lo que quiero convertirme. Aprendí que siempre aceptar de dónde vienes con orgullo y sin pena te permite seguir adelante; que cada momento minúsculo de tu vida forma parte de lo que eres hoy, así que nunca debes avergonzarte de quien eres.

Creo que por fin he encontrado mi centro, mi nucleo, sin creérme más, ni menos que nadie.

Hoy en día he podido conocer cosas, lugares, eventos, que alguna vez soñé; relacionarme con el tipo de personas que te impulsan a ser mejor, que no se quedan nunca atrás, sino que siempre están adelante, cada vez con más proyectos, con más reconocimiento y ¿Saben? me encanta, pero lo que más me gusta es que en esencia sigo siendo yo, la misma loquita, chiquita, chistosa que se la pasa saltando de un lado a otro. Puedo relacionarme con las mejores personas, las más influyentes, pero si no soy fiel a mí misma de nada sirve. Si no recuerdo de dónde vengo y todo el camino que me falta por recorrer, entonces no he aprendido nada.

Agradezco a DIOS que me dé la oportunidad de crecer, socialmente, moralmente, personalmente, profesionalmente, pero le agradezco mucho más haberme puesto los piés en la tierra y hacerme siempre recordar quién soy.

lunes, 7 de abril de 2008

MY GIRLS

En estos días de tanto movimiento telúrico, de tanta tormenta, de tanto calentamiento global, de tanta lucha por el Tíbet, de tanta guerra en Irak, de tantos secuestrados en Colombia, de tanta lata con Chavez y Uribe, de tanta prostitución infantil; de tantos y tantos conflictos he preferido pensar en las cosas sencillas.

He decidido apartarme de todo y volver a lo básico, a lo simple. A la vida asadita vuelta y vuelta, con una pizca de pimienta y sal.

Me he reencontrado con mis amigas de la Universidad. La universidad, esa época para muchos de locura y desenfreno, de sexo drogas y rock & roll.

Todos tienen millones de historias, algunas truculentas que cuentan a sus amigos como hazañas propias de la mesa redonda. Todos parece que llegaron a ese lugar y decidieron pasar sus últimos años de adolescencia de la forma más perturbadora que se les ocurrió, corriendo una carrera contra el tiempo, para alcanzar yo no sé qué.

Nosotras no, nunca lo hicimos. Nuestros planes se limitaban a tomarnos unas cervezas, a ir a las bibliotecas, a saltar de un lado para otro en Bar 23, a jugar Jenga en Étniko, a hacer hamburguesas gigantéscas y comer hasta caer dormidas, a desayunar en el patio en Chía, a tomar fotos en el centro. Esos eran nuestros planes, tan sencillos y tan sinceros.

Nos contábamos todo, nos aguantábamos todo, éramos amigas del alma, de esas que se ríen a carcajadas de la otra porque se viste horrible; de esas que no tienen que decirse nada para entenderse; de esas que se patearon las miles de lloradas por ese que no les correspondió. De esas amigas que hay pocas.

Creo que si pudiera escoger y volver atrás repetiría cada uno de los momentos que viví con ellas. Hoy seguimos siendo jóvenes, una es mamá y las tres somos profesionales. Vivimos nuestros últimos años de adolescencia y nuestros primeros de adultez juntas, así que nos une mucho más que los recuerdos.

Ahora cuando nos vemos, parece que no hubiera avanzado un solo día. Aún nos sentamos y no podemos aguantar la risa, no podemos dejar de contarnos todo lo que nos ha pasado, no podemos dejar de hacer las mismas coreografías tontas, creo que todavía podríamos jugar cartas con el naipe de las Chicas Superpoderosas. Así somos, así de simples y de tranquilas, sin tantas hazañas locas, pero si con mucho cariño de por medio.

Creo que hemos hecho un pacto silencioso, seguiremos siendo nosotras mismas, seguiremos adelante siempre, seguiremos buscando ser mejores y, mientras vivamos, jamás dejaremos de ser niñas.

domingo, 6 de abril de 2008

TREGUA

Podría empezar diciendo que nunca jamás terminaremos conociendonos a nosotros mismos, lo mismo a los demás. No es un gran secreto, todos lo sabemos. No estoy diciéndoles algo que no sepan; no me estoy inventando nada.

Sin embargo, pese a que me he vuelto una persona muy dura, que ya no piensa tanto, que vive más el momento, que le gustan más los zapatos, que sabe más o menos qué hacer con su vida, que tiene claro quiénes son sus amigos y que no quiere tener enemigos, que todos los días entiende mejor la música que le gusta, que ha crecido espiritualmente, que le ha bajado a las calorías, que puede rumbear sin trago, que no tiene vicios; creo que me es grato aceptar que la gente todavía me sorprende.

Todo esto no se resume simplemente a la gente en general, sino a los hombres en particular.

Qué le vamos a hacer, he crecido con mucha desconfianza acerca de ellos. Soy femenina, más allá de feminista, pero tengo mis reservas acerca de ellos. Siempre creí que eran uno de los grandes males de las mujeres, además del cáncer de cuello uterino, el cáncer de seno y la estupidez por enamoramiento compulsivo.

Pero en este fin de semana he descubierto, que los hombres no son tan malos, que tienen sentimientos; que como nosotras se envidean, que como nosotras extrañan y quieren, que aman, que sufren y que les preocupa que les salga barriga. Que ellos tal y como lo hacemos las mujeres no saben si llamar o no llamar. Que les duele cuando una vieja los deja; que se sienten mal cuando los amigos los dejan plantados, que en la distancia su familia les hace falta. Al fin, que son tan humanos como nosotras.

Así que he decidido hacer una tregua, con todos ustedes mis queridos amigos, porque me he dado cuenta de que así como las mujeres me han enseñado tanto, de ustedes también he aprendido. De los hermanos, de los amigos, de los novios, de los amantes, de los cuñados, de los vecinos de todos y cada uno; sin endiosarlos, sin volverlos el núcleo de mi vida, pero si comprendiendo y aceptando que me han dado lecciones muy importantes y que no podemos desconocer sus sentimientos.

Sé, como dije al principio, que no estoy descubriendo nuevas verdades, pero sí me estoy descubriendo a mí misma, y más allá de un descubrimiento personal es un descubrimiento total, de no atrincherarme más, de salir con una banderita blanca y rendirme, sabiendo que ustedes han hecho lo mismo por mí. Se ha firmado la paz, en tan solo tres días.

miércoles, 2 de abril de 2008

La ciudad y yo...

Esta mañana cuando venía hacia mi trabajo observaba mucho la gente. En transmilenio la misma vaina: las caras largas de muchos, los universitarios leyendo sus fotocopias, las señoras maquillándose, los señores quejándose, los audifonos a todo volumen para no escuchar lo que dice la ciudad. Casi siempre lo mismo, casi todos aislándonos en nuestro propio mundo para no ver lo que hay afuera.

Yo, como es usual, escuchándo en mi cabeza una canción que me haga sentir feliz, opté esta vez por "Big Girl You are Beautiful" de Mika, que siempre me hace bailar, por lo que me mecía con el vaiven del bus que siempre va a toda por la avenida Suba.

Observaba todo con tanta emoción, esa que uno tiene cuando viaja por primera vez al mar, cuando uno da su primer beso, cuando uno se gradúa de la universidad, cuando uno vuelve a ver a los viejos amigos, eso era... me estaba reencontrando con un viejo conocido, con mi ciudad, con la que hace rato no admiraba, no añoraba, de la que me quise olvidar por un momento.

Es extraño, cuando quieres dejar de nombrar siquiera tu ciudad porque eso te recuerda esto y entonces mejor callas. Pues si, qué le vamos a hacer, mi ciudad, por más que no quiera, se seguirá llamando Bogotá y la seguiré amando así ya no pueda nombrarla sin recordar aquello innombrable.

Interesante, ¿No creen?. Como dice Benedetti, "En todo olvido hay un poco de memoria". En este caso, aunque quiera, no puedo olvidar, porque Bogotá ha sido mi amor de toda la vida, ha sido mi hogar y mi inspiración. Me encanta recorrerla, conocerla; me encantan sus teatros, sus calles atestadas, sus trancones, su grandeza, su ignorancia; me encanta que siempre encuentre una calle que por la que nunca he pasado; me encanta saber que soy de acá, aunque mi mamá diga que de rola no tengo un pelo y que mi sangre santandereana siempre prevalecerá, acá he vivido toda mi vida y la quiero tan como es. Esto es amor verdadero.

Tal vez la gente pasa, pero la ciudad no. Bogotá será mi amor por siempre.