lunes, 26 de febrero de 2007

Ser chino es gratis...

Cuando era más pequeña no era muy diferente de lo que soy ahora. Me la pasaba cantando, inventándome fiestas con mis amigas. Tenía un cassette de Oky Doky que ponía a todo volumen cuando mis ocho amigas de la cuadra, que estaban entre los ocho y once años, venían a mi casa y nos poníamos en el garage a inventar bailes que luego presentabamos en las piñatas.

Tuve una infancia bastante tranquila. Hice todo lo que un niño debe hacer: jugar a escondidas, treparse en los árboles, tomar clases de teatro, ballet, música, gimnasia, patinaje, natación y cuanto deporte o actividad hubiera, comer huevos de chocolate, preparar galletas, estudiar, ¡Vivir!.

Todos los días tengo que recorrerme media ciudad por cualquier motivo. En cada esquina hay algún niño tratando de conseguir para la comida, de ayudarle a los papás, de salir de algún inferno o de meterse en algún otro.

Voy caminando por una calle con una bolsa de churros que acabo de comprar, se me acerca alguien corriendo y me dice "regáleme alguito", me asusto bastante porque creo que me va a robar o que me quiere hacer algo; pero no, es sólo un niño. No pasa de los 8 años, tiene la ropa y la cara sucias, los tenis no son del mismo par. Está con otro niño en las mismas condiciones. Se ríen y juegan entre los carros, con esa despreocupación propia de la niñez que todavía no conoce la diferencia entre el bien y el mal.

No me dice nada más, sólo sale corriendo. No sé si tiene hambre o no, no sé que hacer. Me duele confezar que hice lo que mayoría hace cuando ve un niño como esos, sigue adelante pretendiendo que nada ha pasado, que ahí no hay ningún problema, que mientras no pensemos en ello simplemente desparece.

Es increíble saber que a un gran porcentaje de los chinos de esta ciudad y de este país les toca madrugar a levantarse el pan por sí solos. Ya saben lo que dicen, siempre detrás del niño que pide está un adulto explotándolo.

Uno se pregunta ¿será que de verdad hemos logrado vivir en una sociedad civilizada?, ¿será que de verdad se abolió la exclavitud en el siglo pasado? o ¿será que no hemos sido lo suficientemente berracos para acabar con el maltrato infantil de todo tipo?.

Me alegra haber sido tan afortunada de disfrutar mis años de niña, tanto que todavía los estoy extendiendo un poco. Pero igual hay que entender que las preocupaciones de ahora no lo dejan a uno estar tan fresco y tranquilo como en esa época, toca pensar en el mercado, en los servicios, en graduarse, trabajar, seguir estudiando, ser una persona exitosa. Igual no me quejo de mi vida para nada, soy muy feliz por todo lo que tengo y he hecho.

Pero cuando pienso en tanto niño en la calle tratando de sobrevivir o metiéndose en problemas, sólo quisiera cambiar por un momento de lugar con él para que viviera un poco de lo que yo he vivido, que jugara, se riera y entendiera que no tiene que pedir más plata, ni verder más frunas, ni robarse nada porque las mejores cosas de la vida no se compran, porque uno tendrá mucho tiempo para matarse la cabeza con problemas, pero ser niño, ser chino, es gratis.

martes, 20 de febrero de 2007

¿Medio Bueno es Medio Malo?

Si usted ha tenido la suerte de haber nacido en esta ciudad, o se vino a vivir para acá cuando era niño, o si un giro mágico del destino lo obligó a instalarse por acá, seguramente hay muchas cosas que tiene para contar, para criticar y para cambiar de nuestra ecléctica Bogotá.

Seguramente en los años 90 detestaba caminar por la Caracas y no soportaba la idea de tener que pasar por San Victorino. Si quería salir en bicicleta a pasear por ahí se arriesgaba a que lo atropellaran, lo robaran o lo mojaran. Tenía limitadísimas opciones de ir a un centro comercial porque sólo existían Unicentro, Metropolis, Granahorrar, El Tunal y otros tantos que de centros comerciales tenían sólo el nombre. En Bogotá sólo se tomaba cerveza rubia de mal sabor hecha por Bavaria o la típica Polar que sabía aún peor. No había muchas Bibliotecas, ni interés por la cultura, ni espectáculos para todo el mundo... ¡Cómo ha cambiado esta ciudad!.

Hemos mejorado y cada día como que nos va mejor viviendo aquí. Contamos con todo y más de lo necesario para vivir bien. Entonces ¿de qué podemos quejarnos?, Pues de muchas cosas a mi parecer y no con el ánimo de la simple crítica destructiva, sino de la reflexión que ayuda a construir.

No voy a ahondar en los problemas de los que siempre se ha hablado: pobreza, hambre, falta de salud, vivienda, empleo, educación; exceso de niños, déficit de buenos padres, etc, etc, etc. Vamos a hablar de cosas más triviales, para variar.

Por ejemplo: ¿por qué todos los cortometrajes que se crean en esta ciudad no son sólo malos, sino además pésimos?. ¿Será porque a los mismos profesores de Cine y Televisón que hicieron esos documentales en el pasado les parecían buenísimos, entonces no han dejado que el arte evolucione y simplemente se estancaron?. De verdad, si han ido a cine el los últimos días verán que en lo único que cambian es que ahora hacen dizque animaciones, pero con las mismas historias fofas, vacías y sin contenido de siempre.

Eso, sin hablar del cine como tal. ¿Por qué nos enseñaron que hay que ver el cine colombiano con lástima?. Se han fijado que si uno pregunta ¿Cómo le pareció equis película? a uno generalmente le responden "Pues para ser colombiana es buena". Por qué tenemos que medir con mediocridad lo que se hace acá. Por qué no podemos comparar un director colombiano con uno francés. Por qué nos conformamos tanto con hacer las cosas a medias en vez de hacer las cosas bien. Digamos la verdad simplemente. Sí el cine colombiano es malo acá y en Cafarnaún, no hay que ser Clint Eastwood para darse cuenta.

Por otro lado están los bares de rock. Amo el rock con el alma, amo la música, amo sentarme a escuchar un solo de Joe Satriani, de Jimi Hendrix, de Eric Clapton y no entiendo por qué no puedo hacerlo sentada en un buen bar, en vez de un sitio con orinal al lado, cerveza barata y tres mechudos que hace rato pasaron por la adolescencia pero todavía piden que los lleven por la puerta de atras en mil, que se toman una sola pola en toda la noche y que piden rebaja en un cover de dos mil pesos. Estamos de acuerdo, nadie tiene la culpa de ser pobre, pero la pobreza de espíritu es otra vaina.

Crab's ha sido elegido en varias ocasiones como mejor bar de rock según la Revista Eskpe. Sin embargo, no es más que un resumen de lo que podemos encontrar en cualquier sitio de este tipo: mesas muy pequeñas, cero maletero, afiches por todas partes, pintura rústica y sin diseño, baños a la vista de todo el mundo, sillas incómodas, una carta muy limitada, meseros que le dicen a uno "viejito o viejita", tres televisores y una pantalla gigante que muestra los mismos videos de siempre. No esperen más, con eso nuevamente nos tocó conformarnos.

Uno se pregunta por qué hasta en los bares Crossover de la popular cuadra picha se esfuerzan más por la decoración, la atención, por los detalles. ¿Es mucho pedir uno poder tomarse unas cervezas o cocteles y oir buen rock (decir clásico sería dedundante) en un sitio que no huela a baño de taller?

Lo malo es que seguimos ahí, sin evolucionar, sin ir más allá, sin ideas revolucionarias que traten de salirse de lo convencional, de la costumbre y la mediocre rutina que no da para levantarnos, poner a trabajar la imaginación y empezar a construir cosas diferentes.



viernes, 16 de febrero de 2007

A Mao...

Hace 23 años y casi un mes en la maravillosa, extraña, voluble e impredecible Bogotá nací. He vivido siempre en esta ciudad, sólo la abandonaba por algunos días cuando nos ibamos de paseo a algún lugar de Colombia. Jamás he tenido otra casa, ni otro cuarto y casi que ni otra cama. Toda la vida compartí habitación con mi hermana.

Siempre al lado de mi cuarto durmieron mis papás. Me escapaba de noche, con mi oso de dormir en la mano, caminaba algunos pasos para tocarle en el colchón a mi mamá suavemente y preguntarle si me dejaba dormir con ella porque tenía miedo. En las mañanas de domingos, después de que llegaba El Tiempo, nos acostabamos todos en esa gigantesca cama a hablar, a reir, a jugar, a compartir como familia.

Unos pasos más allá estaba el cuarto de mi hermano. Un mundo paralelo donde convivian en perfecta armonía los libros, la bandera de poner el 20 de julio, muchas cajas que albergaban sus cuadernos desde kinder hasta último semestre de Ingeniería de Sistemas, cassettes de varios grupos de los noventa y de las populares "Noches de Viernes" de Los Galakz, revistas viejas, afiches y cuadros que no se dejaban descolgar, el Calendario de Ana Bolena Mesa del año 95 y muchos zapatos y tenis talla 43 regados por todas partes.

Mi hermano es eso: un desorden que siempre está en su lugar. Un buen niño, un gran amigo, un excelente tipo.

Recuerdo que a los 14 años, en ese mismo cuarto, me le acerqué y le pregunté "¿Qué se siente fumar Marihuana?" y el me respondió con amor y con firmeza "No lo hagas, no lo pienses; ese es un mal pensamiento; cuando tengas malos pensamientos échate a dormir, porque dormir cura hasta los malos pensamientos".

Yo sabía que unos meses o años antes él había fumado porro, y como yo era una adolescente que no sabía nada de nada, decidí preguntarle a la persona que sabía que jamás mentía, que jamás me haría daño, que jamás le haría daño a nadie.

En exactamente un mes mi hermanito se casa. Debo confezarles que siento un poco de alegría y más que nada alivio de saber que me va a dejar su cuarto y su cama. Imagínense, tengo 23 años y por fin sabré que es dormir sola, totalmente sola.

Sin embargo, no deja de darme una nostalgia impresionante saber que se va a ir la persona más inocente, pura y sincera que he conocido en la vida; una persona incapaz de mentir, trabajadora, inteligente, desordenada, apegada a sus viejos cuadernos y a sus viejas cajas de Nerds.

Jamás creí sentirme así por la partida de alguien, ahora entiendo que es porque realmente se va un ser amado. Ahora comprendo lo que es sentir verdadera ausencia de algo... y eso que ni siquiera se ha ido.

Afortunadamente quedan los buenos recuerdos, los partidos de Santafecito, los paseos por los museos del centro, los bares de rock de la Primera de Mayo, el Conservatorio de la Nacional, La Luis Angel Arango, el parque de piedra, la droguería de Don Jaime y toda esta ciudad para seguirnos encontrando.

Mucha suerte hermanito... Por acá te seguiremos extrañando.



lunes, 12 de febrero de 2007

...Y muchas mamás también.

Ojeando el otro día el Myspace de un amigo me llamó mucho la atención el hecho de que tuviera como Heroe a su padre. Me pareció curioso y esperanzador el hecho de que un hombre a sus 27 años todavía vea a su papá como su ejemplo a seguir, como su guía espiritual, como su todo.

Conozco un poco la relación que este amigo tiene con su padre, así que no me sorprende que lo tenga en tan alta estima; que lo quiera y respete tanto.

Mi padre fue eso para mí un día. No había nada que yo creyera que no pudiera hacer o saber, no le tenía miedo a nada; me cargaba durante horas de camino por la playa sobre sus hombros y parecía no cansarse. Me mostró esta ciudad y muchos de sus recovecoa. Me llevó a la Sabana y me la hizo sentir tan grande e imponente como es. Paseamos él y yo solos como dos viejos amigos por Funza, Faca, Mosquera, Chía, Cota, Tabio y muchos otros pueblitos que me parecían gigantes y maravillosos a medida que los iba conociendo.

Sin embargo, así como a muchos les ha pasado, esa imagen en un momento de la vida se esfumó. Deje de sentir que mi padre quería saber lo que yo pensaba, que él entendía quién era yo; que el sentía mi dolor cuando me caía y me raspaba; y ya nunca estuvo más para recogerme.

Afortunadamente siempre hubo alguien más en la vida: MI MAMI.

Para un cualquier persona en su primera infancia su mamá es el todo. Los seres humanos somos capaces de reconocer a nuestra madre por su olor. Creamos lazos tan íntimos e importantes que el trato que nuestra madre nos dé será determinante en nuestras relaciones y en nuestro desempeño.

Siempre creí que mi mamá era única... y lo es. Pero entre más mujeres conozco, mientras más escucho sus historias, me doy más cuenta de que las verdaderas heroínas en esta ciudad son ellas. Las que se levantan temprano a hacer el desayuno y a alistar a los niños para ir al colegio. Las que nos cuidaron cuando teníamos fiebre y gripa después de que nos habíamos pegado una lavada tremenda o nos daba amigdalitis de chupar tanto frío después de elevar cometa. Las que sufrieron en silencio tantos desaires y desplantes de sus esposos borrachos e infieles sólo para que sus hijos no sintieran que su hogar se estaba derrumbando.

Y juzgué mucho tiempo a mi mami. Creí que no había sido lo suficientemente fuerte para seguir adelante sola. Pero las cosas ahora son diferentes.

He visto a tantas mujeres que perdieron ese título en la casa, en la cama, en la vida de sus esposos y se convirtieron en sólo madres. Tantas de ellas lloraron durante horas donde nadie pudiera oirlas para que no se dieran cuenta de que por dentro se estaban marchitando.

Ellas son quienes sacrificaron su cuerpo, su tiempo, su carrera y su vida por cada uno de sus hijos. A quienes no les quedó más remedio que aguantar y seguir adelante, porque el amor por sus niños era más fuerte y más grande que su propio dolor.

Ahora entiendo que fue fuerza y no debilidad lo que la llevó a seguir durante tantos años aguantando el martirio de mi padre. Ahora sé que ella es la verdadera heroína en mi historia.

Detrás de un gran hombre y de muchos malos hombres hay una excelente mujer; una que ha soportado cualquier clase de maltrato y todavía tiene una sonrisa, un desayuno, una palabra de aliento y mucha más fuerza para seguir apoyando a sus hijos.

Sólo puedo decir, gracias mamá... no te hace falta la tiara y el lazo para ser mi verdadera mujer maravilla.

martes, 6 de febrero de 2007

Charlas Surrealistas...

2:30 PM/ Lunes 5 de Febrerode 2007/ 24ºC Bogotá, Colombia


Bogotá es impredecible, misteriosa, en muchos casos solitaria. Uno nunca habrá recorrido todas sus calles, nunca habrá conocido todas sus caras. Nunca sabrá si va a llover o hará sol. Nunca terminará de descubrir la inmensidad del cielo, ni de darle forma a todas sus montañas. Nunca habrá caminado lo suficiente como para no llegar a un lugar inesperado. Siempre verá caras nuevas, edificaciones nuevas, ruinas nuevas, calles nuevas, amores nuevos.

Bogotá nunca deja de sorprenderme.


Voy hacia mi casa en una de esas busetas atestadas de gente, todos en un video distinto, todos preocupados por su propio calor, por su propia humanidad, por su propia pobreza. Nadie se mira mucho. En esta ciudad a la gente no le llama la atención establecer contactos inmediatos; todos nos reservamos algo, todos creemos que algo malo nos va a pasar si le damos a otro algo de confianza. Hemos creado un aura de total susceptibilidad en donde todos caminamos con miedo de lo que nos van a hacer, de lo que nos van a robar, de cómo nos van a herir.

A mi lado se sientan dos niñas. No parecen tener más de veinte años. Una, Ximena (de cuyo nombre me entero en el trayecto), es blanca, rubia, de ojos verdes y muy delgada. Se nota que es humilde por su ropa. Me llama la atención su voz que es muy suave pero muy tosca a la vez; habla como si tuviera muchos más años y muchas más calles recorridas de lo que uno llegaría a pensar a simple vista. A la otra no la alcanzo a ver muy bien.

Conversan de una vieja del barrio a quien quieren robarle un reloj y una cartera. Dice Ximena que a ella nadie la va a humillar con las cosas que tiene. "El Jhonatan es el preciso para hacernos la vuelta. La malparida cree que por que llegó de Japón de Putiar puede venir a chicaniar", dice la otra.

Mientras tanto yo hago lo que cualquier persona en mi lugar, en mi ciudad, haría: hago como si solo mirara por la ventana, creo que los demás pasajeros hacen lo mismo, pero ellas hablan muy fuerte y saben que todos estamos escuchando lo que dicen. Sus palabras tienen rabia y dolor; hay un silencioso lamento por ser quienes son, por no tener lo que no tienen; por haber nacido pobres y sin suficientes agallas para hacer lo que la otra hace; por entregarsele "gratis" a hombres que las han tratado como objetos y ni siquiera las han hecho sentirse menos miserables.

Yo simplemente pienso en toda la situación. ¿A qué hora todo se volvió este paisaje tan oscuro?, ¿cómo es posible que dos niñas envidien a otra por el simple hecho de vender su cuerpo a quién sabe quién para llegar a su muy humilde barrio y hacer alarde de lo que ha conseguido?.

Continuan hablando de sus amores y sus dolores, de sus desengaños, de su falta de amor propio, de su falta de plata, de cuando se comieron a un man en un parqueadero, pero sobre todo de su "amiga" a la cual quieren ver muerta.

No sé qué es lo que habrá pasado con las dos niñas. Lo que si se sabe es que a la prostituta muchas le tendrán envidia y harán lo posible y lo imposible por verla pobre, fea y arruinada.

La envidia hace eso y en esta ciudad, en este país, en el mundo es el peor mal que existe. Porque el pobre siempre debe ser pobre; porque lo importante no es cómo, sino lo que han conseguido; que no tienen para comprarse ese reloj de un millón de pesos, una cartera de quinientos mil y unas gafas Dolce & Gabbana, entonces deciden robarselas. Porque a la mayoría ver lo que tienen los otros simplemente les recuerda sus carencias y esa es una imagen que es insoportable para muchos.

La envidia, la envidia que mata todos los días a miles de personas; que tiene a esta ciudad con tan pocas esperanzas de progreso, porque mientras haya algunos que no soporten la idea de que a otros les vaya mejor que a ellos, seguiremos como estamos y nos undiremos cada día más en ese lúgubre paisaje.

jueves, 1 de febrero de 2007

Bogotá al Centro.


A decir verdad no es fácil vivir en esta ciudad. Millones de habitantes, la mayoría viviendo en la pobreza; miles de empresas y negocios; niños que todos los días se suben al bus a vender la consabida fruna; el transmilenio oliendo a perro mojado a las 5 de una tarde lluviosa; las montañas tan imponentes; los rascacielos, que se ponen de puntas y estiran los brazos para tratar de alcanzar los 2.600 metros, esforzándose tan inútilmente; el sol de enero, la lluvia de abril; el parque nacional, el museo del oro, la plaza de Bolivar, el teleférico de Monserrate; la tienda de doña Anita y don Pedro, la infaltable fritanga en la plaza; los chuzos de tomar chicha en el chorro; ¿me lleva por la puerta de atrás en quinientos?, ¿me regala una monedita?, soy desplazado, por favor una ayudita.


Uno se levanta todos los días con ese frío y esa neblina. Los más afortunados se echan su buen desayuno, se bañan, se visten y se van en su carro para el trabajo, la universidad o el colegio. Los menos afortunados se van a rebuscarse lo de la aguapanela.


Pero algunos, como yo, no tenemos carro, pero de vez en cuando nos damos el lujo de andar en taxi; no mercamos en pomona, pero aprovechamos las rebajas del Éxito y de Carrefour; no viajamos a Europa de regalo de quince, pero hicimos nuestros buenos paseos en carro a la Costa. No vivimos en casas contruidas de tejas viejas, pero una vez al año de damos una pintadita a la nuestra; el computador no es extraño para nosotros, pero tampoco tenemos el último Mac.


Soy de la orgullosa clase media.
La clase media, con sus bajas y sus altas. La que va a Cinecolombia. La que de vez en cuando come en restaurantes bonitos, pero que la cuenta salga baratica. La que no tiene pasaporte porque jamás lo ha necesitado. La que va al estadio a ver a Santafecito y no se sienta ni en sur, ni en Norte, ni en Occidental Numerada. La que coge colectivo para ir al trabajo. La que aprovecha las ofertas y los cupones de Pizza del Directorio. La que hace mercado de justo lo necesario y si alcanza unas galguerías.

Cuando niños nos decían: "vamos a salir a comprar tales vainas, pero no se antojen de nada, después miramos si alcanza". Nos llevaron al Salitre varias veces, pero jamás supimos lo que era jugar golf hasta que se popularizó en la ciudad el golfito.

Estudiamos en colegios clase media, con otros chinos clase media, que vivian enbarrios clase media, con sus carros clase media, exactamente como nosotros.

Y por eso mismo, porque en la mitar uno aprende lo que es equilibrio, entonces crecimos como buenos muchachos.

Nuestros papás se "partieron el lomo para darnos la educación", así que la valoramos, nos mantuvimos dentro del promedio o un poquito más y entramos a una Universidad Pública o donde la matrícula no fuera tan cara.

Y después de todo, ser de clase media no es tan malo... No nos envidiabamos nada, todos teníamos lo mismo. No corrimos para vivir, no tuvimos necesidad de hacerlo, no lamentamos lo que no teníamos... simplemente lo disfrutamos... y lo disfrutamos tanto...